Mensaje en una canción...




noviembre 22, 2008

Traje desastre (parte 2)

Al pasar el umbral te dabas cuenta que el interior era totalmente distinto a esas latas viejas y oxidadas que se veían en el exterior: un tremendo recibidor rosado con muchas luces de colores, hasta llegar al centro del edificio donde veías colgando una lámpara de lagrimas gigante, que daba mucho glamour... ¿Sabes lo que es el glamour? Bueno, cómo vas a saber tú, que tienes una cara de weon... Era como estar en un cabaret de París... bueno, dicen, porque nunca he estado en uno... ¿Y con qué plata, weoncito?

Tenía una escalera en forma de Y, de esas típicas de las casas antiguas de weones ricos… Era tan bonita esa escala de madera. ¿Sabes como se llaman? Lo averigüé con un cliente frecuente del local, que era arquitecto. Se llaman escaleras de doble vuelta. Raro el nombre, ¿no?... Hey, hablando de nombre, no sé el tuyo. ¿Me lo vas a decir o te sigo diciendo weoncito? Uy que feo tu nombre... Jeremías... Parece nombre de mormón, mejor te sigo diciendo weoncito.

Bueno, el asunto es que cuando entré a esa casa en la escala ya estaban todos los “trabajadores” dispuestos a entrar en acción: putas, travestis, maricones elegantemente vestidos de machito... hasta un enano había, vestido de niño. Entonces el Fabiola me pregunta que con quién me quiero atender. “Pero yo no vengo a atenderme, vengo de parte del colorín Bernales” “¿Y pa qué te mandó ese conchesumadre pa acá?” “Pa ver si me permite quedarme mientras encuentro un lugarcito por ahí” “¿Y voh me viste las weas o creís que éste es el Hogar de Cristo? Los únicos que pasan la noche acá son los que pagan, weon. Ya, partiste cabrito”. Fue tanto lo que le insistí a este maricón que me dejó quedarme unos días.

No poh, ¿crees que soy culo suelto? Me quedé a cambio de ser mozito, de repartir los tragos y hacer el aseo de las piezas entre atenciones… Puta los weones cochinos, a veces había que sacar las sábanas pegadas de las paredes… con eso te digo todo. Pero no le hacía asco a la pega. Todo era por un techo dónde dormir y un plato caliente de comida. Así me quedé un buen tiempo trabajando allí, mientras iba aprendiendo los secretos del sexo, cómo las putas iban fingiendo que sentían algo, y como preparar tragos maravillosos con apenas unas gotas de licor y el resto con agua de la llave. Me quedé hasta que me pasó algo que me removió el piso... ...Préstame de nuevo el encendedor, porfa...

Ya llevaba como dos meses trabajando ahí... y como era habitual, estaba cambiando las sábanas entre atención... Me encontraba en la pieza del Toño, un maricón parecido a Gardel, que había bajado a ver si le llegaban más clientes... ¿Dónde mierda dejé el pañuelo? ...Por la cresta... Préstame un pañuelo porfa, mira que mi pañuelo no lo encuentro... Resulta que ya me estaba yendo de la habitación cuando entra un viejo weon, como de unos 40 años... ...Espera, que no puedo...


continuará...



Cada vez que respiro, cada vez que me odio más...

noviembre 20, 2008

Traje desastre (parte 1)

Me siento como la pantera rosa, aquella joya que todo el mundo quería tener y que nadie sabe dónde mierda está...

Creo que no me he dado a presentar: mi nombre es Eulogio y soy homosexual. Empezarás con las preguntas típicas del periodista que no dejas fuera de tu vida, ¿no? Oye, ¿puedo fumar aquí o me puedo pasar por el culo la ley? Porque sin cigarro no hablo, te lo juro.

Me crié en un orfanato en el campo, cerca de la cordillera. Eramos un montón de cabros pelusas, inocentes y odiados por nuestras familias. La monja Benedicta, a cargo de nosotros, nos decía que estabamos ahí por ser unos pobres weones, la escoria del mundo. Y por mucho tiempo le creí. ¿Tienes cenicero?

Te decía que nuestra niñez se iba entre los Padre Nuestro y los latigazos que escuchabamos en las noches desde la habitación de la monja maldita. ¡Si era muy mala la desgraciada! Si llorabamos nos daba agua con sal, para recuperar las lágrimas, o si no queríamos comer nos guardaba el mismo plato hasta que lo comíesemos, no importando si estaba frío, rancio o con caca de los ratones de la cocina.

Ya al salir del orfanato, juré que iba a saber por qué me abandonaron mis padres. Traté de averiguar la mayor cantidad de información, pero nada... No habían rastros de mi nacimiento. Podía ser hijo del patrón del fundo, o de una prostituta borracha, qué se yo...

Sin saber nada de mi pasado, me inventé un presente: Me vine a vivir al puerto, buscando un futuro mejor. Pero, ¿sabes? Mi pasado sin querer lo encontraría acá...

¿Que por qué te dije que soy homosexual? ¿Hay algún problema con eso? ¿O te asusta que algo pueda pasar entre nosotros? Jajajajajajajaja, déjame decirte que no eres mi tipo. Ahora si pasa algo después eso lo veremos. Pero déjame seguirte contando...


Al llegar al puerto, busqué trabajo en lo que fuese: fui mesero en el Marco Polo, recolector de basura, hasta limpié los baños del Parque Italia, pero en nada duraba más de una semana. ¿Cómo es que dicen que hay tanta pega disponible? Puras mentiras del gobierno de turno... Ahh, mierda de encendedor. ¿Tenís fuego?

Tampoco tenía un lugar donde quedarme, sólo tenía la referencia de un cabro del orfanato, mas la famosa "tía" era el maricón más famoso del puerto, el maricón Fabiola, donde se encontraba el puterío más grande de la ciudad. Como no encontraba nada más, me quedé alli.

Fabiola era un moreno de unos cuarenta años, alto, con la mirada triste y sus pestañas largas. Imagínate yo, un cabro de 18 años, parado en la puerta de este tipo vestido de lentejuelas plateadas y con pelos que sobresalían a sus pechugas falsas. Me miró de la cabeza a los pies, y me dijo: "pasa, weon".

continuará...


Cada vez que respiro, cada vez que me odio más...